sábado, 3 de julio de 2021

Escritura terapéutica II

 Hoy estabas mucho muy molesta por algo del trabajo y una gota provocó un maremoto. No sabía si ir a mi taller o a nuestro pequeño rincón verde a leer. Decidí por el segundo. Me dieron ganas de acampar. Necesito ese contacto con la vegetación. Soy un animal. 

Sí, me da mucho miedo que te canses de que escape de las tormentas y busques a alguien que no le importe que lo lastimes por ser inmune de nacimiento a eso; además por estos tiempos han aumentado. Madres depresivas crían niños incapaces de amar, no es un sistema cíclico, sino que va empeorando, en casos aislados mejora. Pero por más que nuestro nivel de vida suba en comparación con otros tiempos, todo aquello que da sentido a nuestras vidas se ha sumido en en una crisis, en un enorme hoyo negro, es insalvable. Solo se puede intentar generar un nuevo mito que nos traduzca y nos de un lugar en el universo, con una revitalización al viejo sistema de símbolos.

Se me ocurrió invitarte a vender conmigo en el cultural 2.5, pues abundan los puestos de parejas. Pero no aceptaste. Me sentí nostálgico y un poco melancólico. 

Pero cuando volví me llevé una gran sorpresa. Estaba esa canción que suelo poner para bailar contigo, me gusta porque dota al mariachi de cierta dulzura que qué sé yo, pero que tú detestas porque es de un autor gringo. Cuando entré a tu habitación te encontré disfrazada de la chica de la portada. No podía estar más enamorado en la vida. Vestido de novia y escote de chantilly. Un ser seductor, una trampa totalmente infalible en la que me dejé sacrificar. 

Pero por varios minutos solo pude contemplarte, memorizar cada ángulo. 

Y el ritual. El ritual. Hermoso ritual. Ni siquiera lo discutimos, no hubo un acuerdo explícito, fue algo que flotaba entre nosotros, un mutuo entendimiento. Uno de tus finos dedos se deslizó en tu pecho, quitaste una porción de crema con él y la metiste en tu boca. La siguiente porción fue para mí. Y así fuiste alternando, con absoluta parsimonía y ceremonia. Como una sacerdotisa pagana ¿Dónde están mis astas, dama mía? Tus dedos eran más dulces que la misma crema y me producía un deleite extático chuparlos.

Jamás había estado más excitado y al mismo tiempo dócil en toda mi maldita vida. Me quité parcialmente la ropa solo para que dibujaras algunas líneas con el resto de chantilly de tu cuerpo. Luego te cargué entre mis brazos. Sonreíste. Pintaste mi nariz de blanco. Y te reíste de mí. Te saqué de la habitación, tergiversando la tradición, y te llevé a nuestro rincón verde. La luna iluminaba el mundo.

¿Estamos casados? te pregunté. 

Para la otra quiero un ramo, me respondiste.

Y el resto de la velada solo conversamos semidesnudos en medio de la vegetación.


 


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