martes, 4 de diciembre de 2018


La semana pasada, me senté junto a una chica 3.1 en el autobús. E intercambiamos algunas palabras. Hubo cierta complicidad, cierta atracción, sobre todo al despedirnos, como una promesa de volvernos a encontrar. Pensé en lo que me dijo una amiga una vez, de eso que a los hombres nos hace deleznables, que es buscar siempre un objetivo, perseguir siempre un fin. Bueno, claro que sería extraordinario haber conseguido su nombre, su teléfono y su dirección, pero quise seguir un poco las reglas femeninas y simplemente dejarme llevar por el momento. Vamos a hacer que pase algo: y la compañía se convirtió en complicidad. Esto es una pista para el equilibrio a la balanza, lo sé.

No me sale coquetear y no lo intentaré jamás. Cuando alguien me gusta y me corresponde me vuelvo loco, empiezo a fantasear y todo eso no cambiará. Seguiré siendo así, no importa cuantas veces me manden al olvido, o si usan a mis amigos para empoderarse a costa mía, o si me humillan entre una multitud, yo seguiré enamorandome, fantaseando, e intentando adentrarme en sus vidas. ¿Cuál será la actitud prescisa que debería adoptar entonces ante esta resolución? ¿debo perder toda esperanza ante lo ciclico del descarte?

El patrón de chicas de quienes me enamoro ya lo sé: huyen del compromiso.

También sé el caos que mi intensidad causa o el silenciar mi intensidad.

Se me ocurren algunas reglas:

  1. Nada de contacto vía redes sociales.
  2. Solo teléfono, en vivo o por e-mail.
  3. Nada de invitarla a salir.
  4. Nada de conquistar.
  5. Pactar en que no hablaremos sobre pretendientes, exs o parejas.
  6. Amar a mi manera sin esperar nada a cambio.
  7. No mostrarles mi blog.