miércoles, 20 de junio de 2018

El agripiano

En el autobús la gente se encapsula en sus pensamientos. La meditación en el transporte público es una práctica común. Es usual mantener tu campo de visión alejado del resto, apartado de cualquier posible malentendido que luego logre complicarse. Y es que cualquier intento de escape resultaría un tanto torpe y bochornoso; es por eso, esencialmente. Sin embargo no sé qué tanto ellos piensan... pero a mí se me hace barbara la forma en la que ellos me miran. Cómo colocan sus ojos discretamente en un punto cercano, para en realidad embarrarme discretamente todo su deseo y frustración. Pero yo los entiendo; hay que distraerse con lo mejor en ese proyectil metálico de fetideces y griteríos.

A mí me pasó el lunes de regreso a casa. Él estaba ensimismado en la orilla de su asiento, y era de esos hombres difíciles de encontrar que llaman la atención por su vórtice poderosisimo de enajenación. Allí estaba, mirando fijamente el borde del respaldo vecino, mientras su acompañante a su izquierda, una mujer madura uniformada, verificaba a cada rato las calles por donde pasábamos a toda velocidad, midiendo su tiempo. Entonces ella se levantó y dejó el lugar vacío. Él volteó con naturalidad y me vio, integrándome súbitamente en ese vórtice del que les hablaba. Por lo demás, me sentía nerviosa. Me senté a su lado.

La luz cálida de dentro le daba en el rostro, y se me antojaba dulce y sereno mientras reflexionaba sus cosas contra el respaldo de enfrente. Entonces le pregunté si era de aquí, le dije, ¿eres de aquí, disculpa?... se me quedó viendo como si no entendiera mis palabras. No contestó al instante, si no que balanceó su cabeza de un lado a otro, estirando sensualmente su grueso cuello de ganso mientras daba con la respuesta. Me dijo, no soy de aquí, vengo buscando a alguien. ¿Como a quién?, pregunté. Su cuello se estiró hacia adelante, luego hacia atrás, y se elevaba de un lado a otro como una serpiente encantada se eleva por el hechizo de la flauta. Desde arriba me contestó, busco una joven de apagado asombro... habló mucho más sobre aquella chica, pero no recuerdo todo, ni creo sea importante decirlo. Recuerdo sólo su voz ronca y varonil viniendo a granel; haciendo que mi sangre se agitara e hinchara mis sensibilidades.

En pocos segundos, su cabeza, como un faro, pendía en las alturas, y su charla, pausada, inteligente, intrigante, me seducía poco a poco, cada vez más...  Luego, ya no pudiendo contener semejante cogote en erecta postura, lo curvó hacía mi, ora cerca, ora lejos; y su voz la percibía también desde distintos ángulos y profundidades, con el tono en que un ciervo brama se me venía.

Mientras conversábamos, su cuello crecía, dilatando sus vertebras a mi alrededor, descansandolas sobre mis hombros, acariciando mi propio pescuezo. Sus labios en mi oído vertían toda su dulzura. De pronto me encontré gimiendo descontrolada a medio camino del orgasmo, casi llegando a mi casa, con un montón de pasajeros mirándome atónitos, sola, sin ningún engendro con cuello de grulla extendiendo su laberinto a mi alrededor. Me levanté abochornada, y torpemente logré bajar.