jueves, 11 de noviembre de 2021

Escritura terapéutica III

 Hoy tocaba dormir juntos. Te acomodaste encima de mí en posición de estorbo, querías molestarme, ver cuánto toleraba antes de aventarte a un lado. Tu cara la ponías sobre la mía, y tus pestañas me hacían cosquillas, veía a detalle la corona atigrada de tu iris oscuro, un abismo magnético que me ligaba a ti. 

Hoy me tocaba ser feliz. Sentía tu peso, tu aroma, tu respiración, el calor que dulce emanabas. Y empezamos a platicar así, unidos. Y sentía la reverberación de tu voz, como un ronroneo sobre mi pecho. Más que apartarte, quería adherirme más a ti. Entonces deslice mis manos por tu espalda, por tus nalgas, y las atrapaste en el acto, las mantuviste presas contra el colchón mientras te reías. Lo que a su vez me generó una tremenda erección y tú fuiste la que terminó perdiendo al girar y caer a mi lado.

Eres predecible, me dices. Eres cruel, te digo. Subes la cobija como bajando el telón. Nos acariciamos en secreto de a poquito, es lo que toleras, pero de a poquito en poquito nos volcamos el uno contra el otro.

Y quisiera despilfarrar mis sentimientos sobre ti, pero no lo hago, está prohibido. Es mi karma.

Mi karma. 

¿Por qué?

Estar solo, mascullando hubieras, para toda la eternidad.

¿A quién hice semejante mal?