jueves, 25 de mayo de 2017

Hibridicemos

Mi postura como proyector literario


Mi postura es mamona. Es decir, yo sí quiero plantear algo perdurable. Y sí, creo que los fines lucrativos y de imagen personal afectan el trabajo literario. Pero quiero que quede bien claro, no reduzco de inferiores a quienes escriben para ganar dinero, es más, quisiera ganarme la vida de ése modo. De hecho estoy buscando la fórmula adecuada para ello. Un profesor usaba términos menos mamones que los mios. Los llamaba escribientes. Me apropiaré de la expresión. 

Siempre he pensado que en la literatura como en el arte, una de las metas es ofrecer algo distinto a la propuesta del momento, que sea único en su tipo, con miras a transformar lo ya existente, a dar un paso más en el ya de por sí reducido campo de acción, pues ciertamente no hay nada nuevo bajo el sol. Si tu estilo estético y visión artística están enmarcados a un estilo de vida y a una visión del mundo estereotipados, sería una rareza que produjeras elementos diferentes al común de las masas. Incluso el mejor retrato histórico requiere un distanciamiento de aquello que se pretende retratar.

No tengo manera de saber si mis caminos literarios son los correctos para hacerme un escritor; de que mi formación me hubiera o me haga posicionarme en la perspectiva que nuestros tiempos necesitan.   Es cierto que cuento con la aprobación de conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, en el ámbito literario y fuera de él. Sin embargo, estoy convencido que eso simplemente me garantiza calidad. Me encuentro satisfecho con ser prosista de calidad. De la consumación de mis proyectos y del tiempo a futuro en que su significado viva, dependerá el título de escritor.

Por otra parte, como nunca me he adaptado al modelo actual de desarrollo humano (escolaridad, especialización, productividad, tolerancia laboral, acumulación de capital), se me complica armar el paquete ideal; de tiempo libre, más remuneración económica, más actividad laboral de acuerdo a mis habilidades creativo-narrativas. Es decir, ser un escribiente siquiera promedio. 

Con riesgo de sonar todavía más mamón; a lo mejor es esta diferencia (del escribiente, adaptado al mundo de hoy, y el escritor, inadaptado) la que hace a cada uno ser bueno en lo que hace. Porque el escritor vuelca la frustración, desencanto e inconformidad desde sus viceras a un universo narrativo, ya sea como propuesta de algo mejor, o como retrato, quizá exagerado, de lo que vive... a lo mejor ambas, caos y esperanza de orden. Y el escribiente siendo parte del mundo, lo complace con su trabajo. Y es posible que uno esté en busca de la trascendencia porque se siente vetado del presente. Y el otro simplemente quiera divertirse, sin otra aspiración más allá de divertir a su público. Claro que escribir es divertido y satisfactorio para ambos, pero el fondo que mueve las ideas y las manda a flote sobre el papel es distinto. 

Como buen espécimen humano me voy a los extremos. Lo importante es encontrar la fórmula híbrida y compaginar la tarea de escritor con la de escribiente. Es decir, ganarte la vida haciendo lo que más te gusta hacer y en lo que eres bueno, y al mismo tiempo, ir construyendo tu proyecto literario ideal. Aunque, ¿no implicará un sacrificio el pelear por dos reinos? De tiempo: obras incompletas, pedidos con retraso o no realizados. O de calidad: redacción automática, perdida de perspectiva humanista o de dirección estética. 

Por lo pronto ya tengo algunas ideas para hibridizar. Gracias a Óscar Emanuel por compartir el PDF 12 Ideas bizarras para ganarse la vida escribiendo. Hibridicemos pues.

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