Eso por un lado. Pero justo lo que hoy me quita el sueño, tiene que ver con esta guerra discursiva de sexos. Ya llevamos varios años inmersos en esta pesadilla. No voy a explicar de qué trata, sino sus efectos. Presiento que el drenaje conductual ya había golpeado mi sistema antes de la adolescencia. Hay fracasos amorosos que no requieren ni el mínimo esfuerzo para suceder, para desparramar su hálito de frustración. La batalla perdida contra la hipergamia; ese fervor instantáneo, casi instintivo, por abalanzarse al frente de las líneas enemigas y ser consciente que estas son como desastres naturales, como un terremoto, un tornado o una triste y apagada brisa.
Le evité seguirme en mi locura, eso hice al dejarla. Sabía que vendrían años duros, en los que no tendría para salir a tomar algo, o para cambiar la ropa manchada de pintura, agujerada o tan desgastada que podía traslucirse la piel. También habría fuertes enfrentamientos en mi interior, dilemas entre abandonar el camino, buscar otra cosa, o seguir... y ella apoyaría ese cambio de dirección, que yo volviera al programa de la madurez segura, al camino civilizatorio, de crecimiento instituto-empresarial. O quizá me apoyaría, pero de reojo miraría a los exitosos de mi generación, incluso de la suya, y emergería algo pútrido. Emergería mi inseguridad y la depresión en mí, las ganas de morir y en ella el silencio y la resignación en el mejor de los casos, la pasivo-agresividad y las indirectas en el peor.
Creí verla fuera de mi casa una vez. Me sentía tan fachoso y desmadrado que si no lo estaba, bien lo contagiaba mi talante. Si era ella, la ahuyenté. Luego me enteré que la pretendía un jefe de no sé dónde, un idiota tengo entendido, que la vino a ver a su casa. Y una parte de mí dice que ella lo mandó a la mierda, porque tengo entendido que es un idiota y ella es muy inteligente, pero otra parte de mí sabe que la hipergamia es un terremoto y gestos así derrumban intelectos.
Siento unas nauseas terribles, de solo pensar que a una mujer tan inteligente le suceda, que sin importar el tipo de hombre, puedan más los puestos y la seguridad integrada que esos puestos proyectan. Unas nauseas kilométricas porque si es así con ella, entonces no hay esperanza con ninguna.
Y al saber del pretendiente, comencé a soñar con ella; la competencia movió mi subconsciente. Después de tantos años rompí el silencio. Le conté mi sueño en un mensaje. No había preguntas, ni provocaciones, no requería un saludo de vuelta. Si ella lo deseaba podía reiniciar el contacto, sin presión. Pero no dijo nada y ahí fue el fin definitivo para mí.
Me da gusto ser artesano. No hace tanto pensé en ocultar mi oficio, para prolongar cualquier tipo de fascinación de las mujeres interesadas en mí. Ahora que me está yendo bien, hasta me dan ganas de dejarlo bien en claro en mi vestir o tatuarmelo, solo para ahuyentar la triste brisa de la hipergamia.
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