Pantaleón
y las visitadoras me produce sentimientos encontrados. Por un lado aplaudo la
rigurosa e inteligente estructura en que la historia se va desarrollando, el
tema obliga a tal disciplina, no hay cómo escapar. La idea de un grupo de prostitutas
reclutadas para el desahogo de la milicia tiene un gran potencial, y por ello es
necesario un gran maquinador para explotar tal idea al máximo. Vargas Llosa en muchos
sentidos logra hacer que suceda. Sin embargo, por otro lado, se queda corto en
lo narrativo.
Es
muy probable que Llosa solo cumpliera con su labor. No había mucho qué hacer en
este aspecto. El estilo realista del autor determinó darle un cause histórico.
Y el conglomerado de testimonios es lo que al final construye la novela y la
hace verosímil. El problema es que el choque de contradicción que implica hacer
dos sistemas uno solo, el militarista y el proxenetista, exigía un efecto humorístico,
un efecto que desde mi perspectiva termina por no sobresalir y resultar hasta
parco.
Es
culpa de sus personajes; elaborados como modelos estereotipicos. Sus rasgos se
convierten en una caricatura. El más evidente es El chino Porfirio, con su
acento de lo más ridículo y trillado, a imitación de chino de espectáculo
cómico. Además, la madre y esposa de Pantaleón, y en general todos los
personajes femeninos, parecen sacados de un mismo molde, impresas con un toque
de vulgaridad y mayor o menor nivel de madurez. Sus voces difícilmente logran
diferenciarse. Apenas La brasileña puede despegarse un poco en este sentido.
Más allá de su descripción física, y las reacciones que provoca en los soldados
y en el propio Pantaleón Pantoja; la escuchamos cariñosa y cautelosa, demasiado
racional, demasiado viva para enamorarse, ideal para un trabajo en que las
emociones solo podrían estorbar.
Entonces
los personajes se convierten en los guiños que el autor hace al lector. Sus
nombres y presencia son divertidos per se.
Es un desfile de circo. El humor, luego de que la sencilla idea de una
prostitución militarizada se nos antoja posible, se limita a nombrarlos y
llevarlos de aquí para allá.
¿Pudo
el Nobel de literatura haber hecho más? la cuestión es que su estilo lo
limitaba. Con un narrador omnisciente la ensalada experimental de diálogos se
perdería, y no tendríamos el aspecto semioculto de los acontecimientos, la
graduada sorpresa de la concreción temática, y su carga de veracidad. Siempre
se debe sacrificar una cosa por la otra. No hay un punto medio ni ningún
posible equilibrio.
Vemos
un lenguaje sencillo y convincente. La extensión juega un papel preponderante.
En total se dice mucho pero ocurre poco. Los capítulos son largos, de hasta
treinta cuartillas. Si no eres fan de la prosa Llosa, te aconsejo no leer esta
novela, se puede tornar pesada.
Como
mencioné al inicio, lo verdaderamente interesante ocurre en la estructura, más
allá de los variados recursos en formato (que si una carta, que si un informe,
que si la ensalada dialógica o un guion de radio), y sin hacer mucho caso a una
temporalidad lineal, sin saltos atrás ni abruptos adelantos, fijémonos en lo
aplicado del autor para fundar ese lupanar en medio de la selva, en la
diligencia con que planeo su ejecución, y para lo cual se valió de un personaje
igual de aplicado, Pantaleón hizo su… ¿sueño? realidad. Paso a paso, fiel a su deber
patriota. Pero a diferencia de su creador, el capitán Pantoja, ansía crecer e
ir más lejos. Si te olvidas de la inmoralidad que supone, Pantaleón y las
visitadoras encierra una valiosa moraleja: todo es posible cuando tu pasión es
la disciplina.
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